martes, 28 de enero de 2014

Reír aunque duela

Ríe, llora; sueña, se desespera. Aguarda, cuenta segundos, minutos, horas.
Nunca sucede como debería hacerlo. Siempre es tarde, o temprano.
Vacía su corazón con un largo, profundo suspiro. Llena sus ojos de lágrimas otra vez.
Otra vez a reír, aunque duela.

jueves, 6 de mayo de 2010

Vacío

Llena sus días de vacío, pensando que esa es la forma de vengarse de los golpes que la vida le asestó.
Piensa que puede burlarse de lo que, muy en el fondo, escondido, está, y le duele.
Sus ojos café son los únicos que su máscara no puede tapar, y reflejan opacos la tristeza que le detiene el corazón.
Ella ríe, pero sus ojos lloran.

lunes, 5 de abril de 2010

Espera

Interpretar señales nunca fue su fuerte. En realidad, lo que generalmente le sucedía era que creía leer en gestos y palabras significados que sus interlocutores nunca quisieron expresar. Mareado de tanto pensar y repensar esa característica tan suya, que tantos días tristes le provocó, terminó por confundirse si en realidad era que entendía mal las señales, las veía donde no estaban, o no las veía cuando sí estaban... De todas formas, esta vez pensaba que sí, que por fin había descifrado correctamente sus palabras.
Contento, se sentó al lado del teléfono para esperar su llamada. Se acomodó en el sillón, tapizado de pacientes esperas que quedaron en la nada, y agarró su guitarra. Tocó tres notas y le resultaron alegres, así que continuó matando el tiempo con tonos mayores reverberando metálicos en la caja de madera despintada.
La expectativa le había nublado la visión, sólo tenía ojos para ver el teléfono. Mientras avanzaba por la alegre progresión de acordes el gris del día fue tiñéndose de azules y verdes. Los gastados muebles amontonados sin un orden preciso en el pequeño cuarto del teléfono revivieron ante las vibraciones de su música esperanzada. Los colores opacos brillaron ante cada sol mayor o re7.
Absorto en sus pensamientos, viajando a través de los sonidos de su guitarra, no se percató de que habían pasado ya más de tres días de música, sin que ésta sea interrumpida por el estridente timbre del teléfono. Perplejo, repensó una y otra vez el momento en el que su esperanza había nacido, y volvió a cuestionar su capacidad de leer lo que las otras personas no escriben claramente en sus palabras.
La confusión dio lugar a una profunda tristeza. El nudo en su garganta lo ahogó, y ahogó las notas de la guitarra, que empezaron a sonar cada vez más apagadas, hasta morir en un melancólico si menor. Cada vez más espaciados, los rasguidos comenzaron a desteñir las telas, las maderas, los pisos; el cielo volvió a ser gris.
Se quedó ahí, envuelto en el llanto triste de su guitarra, pegado al ajado sillón de cuero, esperando que suene el teléfono que nunca habrá de sonar.